sábado, 31 de octubre de 2009

Ocho minutos en espera.

Llevo tiempo intentando escribirte una carta. Pero no se que contarte de nuevo. En realidad aún no he hecho muchas de las cosas por las que se acabó todo. Sigo sentandándome sola cuando vengo de trabajar, sólo el calor de la calefacción me recuerda que yo sigo ahí. Quisiera contarte que aún no me he olvidado de todo y que hay montones de cosas que me recuerdan a nosotros, bueno a ti. A veces, me digo que debo dejar de decirle a los demás que algunas canciones me recuerdan a ti o incluso al momento exacto en que era importante para nosotros. Quisiera decirte que aún sobre lloviendo sobre mi tejado, que sigo sin poder olvidar algunas canciones y que hay algunas que no paran de sonar. Que sigue gustándome un montón el color verde, que mis ojos siguen pareciéndose al color miel y que aún odio llevar coleta. Aún tengo las manos pequeñas y cuando me pongo muy nerviosa, frías. Que últimamente me he aficionado al smooth jazz. Que aún no he encontrado a nadie que me acompañe a esa casa de Toledo para pasar una noche de mucho miedo. Y que sigo diciendo que aunque Halloween sea una "cultura" impuesta nuevamente, me encantaría poder celebrarla algún año. (que este trabajo), aunque bueno comer panellets y hacer castañas tampoco está tan mal. Que aún sigo viviendo en casa, pero que tengo muchas ganas de irme una temporada (lo mismo de siempre) a Barcelona. Que quiero irme de viaje a algún sitio tipo NY o Cuba al menos una semanita pero que no encuentro tiempo ni días para hacerlo.
Y que bueno, aún sigo enfadada conmigo misma por no ser capaz de vencer mis miedos.

lunes, 19 de octubre de 2009

Vistas a Gran Vía.

Hoy escribo des de Madrid. No es que haya venido a vivir aquí, es que me he tomado una tregua de unos días. Para cambiar de aires, visitar a la familia, y ir a ver algún que otro musical.De echo, ayer fui a ver "40, el musical" (que puedo recomendar). Debo decir que soy una fanática de los musicales y generalmente las historias que se cuentan suelen engancharme y más aún si el protagonista del musical lo tengo visto de alguna serie que me haya gustado o simplemente porque es el típico personaje que atrapa.
De las canciones que sonaron muchas componen la banda sonora de nuestra vida. Creo, que todos tenemos canciones que nos recuerdan a algún momento en especial o a alguien. Y que cuando las escuchamos las interpretamos según la primera vez que la oímos o según la historia que nosotros le hemos dado (puede que sin querer). Pues los musicales, de echo son eso. Son canciones, melodías, que marcan de una manera o de otra, para bien o para mal y que se intentan acoplar a una historia. En este caso a un grupo de amigos que todos tienen sus problemas, típicos (o no) de veinteañeros. Muchas de las canciones que ayer sonaron son memorables, creo que conocidas por todos. Puede que en algún momento "esa canción" que tanto nos gusta estuviese situada en una parte de la trama que nosotros no hubiesemos elegido, o que a mí me evoca una sensación diferente, pero es lo que tiene la música, no? Que a todos nos sorprende. Una canción para unos será maravillosa y nos trasladara a una situación cercana o a una por vivir y a otros les dolerá los oídos o el corazón con ella.

No se, por eso me gustan las canciones, las letras...la música en general. Me encantaría ver un musical des de dentro. Creo que es la parte más completa (y dificil) de todo buen artista. Bailar, cantar y actuar. Por eso, siempre que hago una escapadita a Madrid, cae algún que otro (buen) musical.

martes, 6 de octubre de 2009

otra vez toda la noche hablando.

Sólo quería tocar las estrellas.

Creía que por saltar más alto encima de la cama vendría peter pan y se la llevaría a dar una vuelta por el mundo de los sueños, que la rociaría con polvo de campanilla mágico y que se cogería a su mano y volarían cerca de la luna. Que por apretar más fuerte los dientes y por cerrar más veces los ojos podría inventarse un abecedario imaginario para crear múltiples palabras nuevas. Quería inventarse una consonante que se identificara con alguien que aún no conociese. Que sus palabras le encandilaran y ya nunca más se fuera de su lado. Quería que los números se multiplicaran por infinito y que su cabeza no olvidase nunca jamás los sueños que había construido. Que su alma no se olvidase de seguir despierta, soñando.
Quería que los sábados fuesen eternos, que no se acabasen los cafés ni las mantas de lana, ni las películas que invitaban a crear. Que enviarse cartas des de Beirut fuese casi obligatorio. Que los paseos por las ramblas durasen días, que los mimos le hicisen sonreír. Que ponerse colorada fuese un estado de ánimo común. Quería prohibir eso de irse a dormir a las diez, que los niños no son pequeños ya. Creía que lo óptimo era inventarse una hora del día que se dedicara a soñar, como la hora del día que se dedica a mirar la televisión o a dibujar familias felices.
Había decidido que escribiría una carta al ministerio pidiendo tal hora lectiva. Exclamando que la hora del té estuvise legalizada como en Londres. Que se permitiese contar con los dedos los días que faltan para Navidad. Que se construyese una noria bien alta al lado del mar para que al menos la gente pudiese invertir quince minutos de su tiempo a tomarse un respiro, exhalar aire no contaminado y abriese su mente hacia nuevos horizontes, que tomase las riendas de su vida o que encontrara el amor verdadero.

Y mientras pedía deseos, soplaba las velas de su cumpleaños*