lunes, 26 de noviembre de 2012

Toma de contacto

-¿No me has imaginado nunca quitándote la ropa?

Amanda parpadeó dos veces. De muchas formas distintas, pensó. Como una exploradora en busca de aventura. En busca de acción, de perderse entre las curvas de sus caderas, de ahogar su humor por la mañana entre sus labios, besarle desenfrenadamente como si no hubiese nada. De quererle ahora en este momento, dejar la fragilidad de lado y arriesgarse a conocerle.
Otras intentando hacer de la ternura su lema y perderse entre sus dedos, recorrer su espalda a besos y contarle los lunares que esconde debajo de la ropa. Desnudarle silenciosamente, sincronizar sus movimientos con los suyos, contarle los planes de futuro y escuchar sus latidos. Abrazarle contra su pecho desnudo y hacerle cosquillas en la barriga. Emocionarse con él cuando confiesa sus miedos más prohibidos, más íntimos, más efímeros. A veces, le observa dormido, silente, como si se hubiese quedado a vivir entre las sábanas, rozarle el cuello y susurrarle te quieros al oído. Sonreírle al despertarse, insistirle con desayunos en la cama, con cafés por hacer. Preguntarle que tal ha dormido y contarle sus sueños. Decirse cuanto les encanta estar así juntos, a menos de tres centímetros de tocarse.


Amanda dejó de escribir. Se habían acabado las servilletas de papel en la mesa. Levantó la cabeza y buscó a su alrededor. Entonces, sin ni siquiera darse cuenta, sus ojos grises penetraron en su mirada. 

viernes, 16 de noviembre de 2012

Nadie podrá oirte

Autora: Paula Bonet

Cuando era pequeña me encantaba jugar a imaginar. 
Pasaba tanto tiempo sola que no encontraba mayor placer que crear historias. No necesitaba a nadie que me dijera como dirigir el curso de las cosas, yo era mi propio director y yo era quien decidía como encajaba el todo en la nada. A medida que crecía, cambiaba la temática de las historias. Algunas desaparecían porque se quedaban pequeñas e infantiles y otras porque necesitaban mejorar en calidad y detalles. Nunca nadie me dijo que hacía lo incorrecto, por eso seguí persistiendo y mejorando. Los domingos solían ser aburridos y solitarios, era entonces cuando mi cabeza empezaba a funcionar. Tenía millones de ideas flotando por mis neuronas. A veces, me creía tanto lo que inventaba que necesitaba mentir para sentirme dentro del círculo. Cuando me convertí en adolescente y empecé a salir de casa, dejé de sentirme menos sola y por lo tanto mis historias pasaron a un segundo plano. No fue hasta que entré en la universidad y empecé a aburrirme de nuevo en algunas clases que retomé mi pasión por inventar. Entonces lo hacía en hojas de apuntes, en fotocopias usadas con el reverso en blanco, en servilletas de papel entre café y café, entre clase y clase. Mis amigas me animaban a continuar, decían que tenía talento. (Talento que palabra tan extraordinaria y extraña a la vez). Luego como había demasiado desorden en mi habitación, decidí crear un blog, decidí comprarme un ordenador personal y empezar a tramar historias. Como ya había entrado en la edad adulta, no había cosa que me preocupara más que el amor. Además coincidió con el boom de los libros románticos y pegajosos, de los libros pastel que tan ansiadamente devoraba en la soledad de mi habitación, en el sofá de casa o de viaje en tren. Y ahí entre fantasía y realidad es dónde me encontré. Al menos resulta más gratificante que quedarte en el plano real siempre. Si algo no te gusta como va, cierras los ojos y lo vuelves a intentar.