Escribo un diario a través de las pupilas. De alto voltaje.
Todo lo que se cuela en mi mente es gracias a ellas. Sabes cuando empezar, pero no cuando parará.
Suelen contarme cosas de los demás, de vidas que no conozco, ajenas, que se cruzan en mi camino; otras veces, me abraza y me guía hacia mi destino. Casualmente, le da por trabajar al atardecer justo antes de cerrar los ojos y dejarme llevar hacia otro universo de pequeñas cosas. No sé cómo lo hace pero siempre se deja escuchar, no importa cuan lejos estés, siempre sabe el momento oportuno para llegar a ti.
Se transforma en palabras cuando tiene ganas de plasmar el arte en papel. Le gusta borrar y volver a empezar (Erase-Restart).
Verás, no cambio por casi nada un momento de poesía visual. Yo sentada delante de la ventana de mi habitación, que sólo quiere ser testigo de los sueños que se escriban mañana, mientras sean parpadeando; ver el viejo pino balancearse al compás del viento suave, las persianas de los vecinos descendiendo silenciosamente, la ropa tendida y un niño pasando con su triciclo mientras su hermano ayuda a su madre; el vecino del quinto fumando de escondidas y tú...tú en pantalón corto y la nariz roja a punto de entrar en casa.
Son las seis y es de día. Ya huelo a primavera, pronto podremos fotografiar a las golondrinas que vuelan para quedarse, a las cigüeñas durmiendo en las antenas del edificio, nosotros siendo como Oniria e Insomnia andando por los cables. El gris se evaporará y la cocina volverá a oler a tarta de la abuela.