Te recuerdo dando saltos por la playa, pidiéndome la mano para acompañarte despacio hacia el agua. Primero los dedos delicados hundiéndose en la arena mojada, luego tus pequeñas piernas y dos minutos más tarde y tan sólo se desdibujaba tu nariz por encima. Tus ojos almendrados sonriendo. Pidiendo que no me soltara. Y entraba poco a poco para complacerte, y porque el agua de mar es lo mejor del mundo para curar todas las heridas; hacia frío pero nos reíamos y jugábamos como dos personillas pequeñas. Como dos jóvenes que han aprendido a quererse en algún momento que ya no recordamos. Me subo a tus rodillas y dices que soy liviana como el aire, que quieres llevarme más adentro. Yo quería hacer piruetas debajo del agua y enviarte besos, hacerte cosquillas submarinas, ver peces navegando entre tus piernas. Hacer el muerto encima del agua, que sensación tan placentera. Cerrar los ojos y dejarse llevar, pensar que en ese instante ya no existe nadie más, que somos tú y yo unidos por una extraña vibración de olas, casi rozarnos, por una corriente marina. Que te aproxima y te aleja a la vez. Creíamos ver pasar la vida rápido, un intenso instante que se convertía en un todo.
Al salir siempre hacía frío, y nos acurrucábamos buscando cobijo encima de la toalla, siempre tan bien puesta y preparada. El sol nos saludaba y le dábamos las gracias por quedarse todo el día con nosotros.
Ese verano así, sencillo e inocente es el mejor recuerdo de los dos.
3 comentarios:
Al final, tan sólo es necesario un momento para recordar la felicidad. En un recuerdo se encuentran todas las heridas que conseguimos curar.
Cuídate.
Esos pequeños detalles son los que recordaremos durante el resto de nuestra vida, y que bonito que sea así :)
"y porque el agua de mar es lo mejor del mundo para curar todas las heridas"
Qué gran verdad. Creo que el mar tiene esa magia, de curarnos la piel y el alma. Y de darnos recuerdos que siempre nos acompañarán, como el que has descrito.
Parece que el verano te ha ido bien, ¡me alegro! :)
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