Madrid. Junio'11 |
A veces sólo necesitamos algo a lo que agarrarnos. Necesitamos un estímulo para salir de ese vacío en el que nos encontramos. Algo que nos demuestre que somos verdaderamente importantes. Que somos un poco imprescindibles. Que tenemos aquello en que muchos se esfuerzan por potenciar y en lo que muchos confían, que somos especiales, que algo dentro nuestro brilla con más fuerza. Que somos estrellas, rodeados de fragilidad, que a veces, nos rompemos en mil pedazos como una bombilla cuando cae al suelo. Hay gente que dice que conecta con la otra porque se enciende una llama en su interior que hace que brote un sentimiento que creía dormido. No sé. No lo he sabido nunca. Dicen que lo sientes o no. Hay algunos que creen que pueden explicarlo, otros que es eso lo que verdaderamente te salva. Otros simplemente creen que es algo más, algo que puede llegar a complementarte, que es bueno tener algo en común, no todo, entonces sería demasiado. Y lo que suena a demasiado asusta. Supongo que todo es cuestión de conceptos, de lo que nos han enseñado, lo que hemos leído o aprendido de la vida. Lo que hemos querido creer. Quizá son cosas que deberían enseñarte cuando eres pequeño, igual que a confiar en las cosas, a no perder nunca la ilusión, a ser niños en cuerpo de adultos. En tener inocencia, en que nos sigan gustando los pequeños detalles y en creer que las sonrisas pueden curar enfermedades imborrables. En que dar la mano o un abrazo son mucho más que tocar. En que eso, realmente es lo que te salva. Lo que puede derrumbar esa armadura de acero con la que hemos luchado tantas veces. Con la que hemos vivido parte de nuestra vida. Que seguirá ahí y volveremos a ella cuando todo vuelva a ponerse del revés, pero que deberíamos olvidar o dejarla una tiempo guardada en el fondo de nuestro armario. Sobretodo cuando las cosas pueden ir bien.